A partir del 5 de mayo, Ryanair aumentará el importe de los cargos por facturación en el aeropuerto y por facturar maletas. Al margen de que, como ya he dicho en otras ocasiones, esta medida perjudica especialmente a los viajeros de más edad, que son los menos acostumbrados a utilizar internet, lo que quiero poner aquí de manifiesto es que las diferencias de servicio entre las aerolíneas low cost y los legacy carriers siguen difuminándose a marchas forzadas, por una doble razón: tanto unas como otras están agobiadas por la competencia, que les obliga a mantener bajos los precios de los billetes, y por el incremento del precio del combustible. Algunos ejemplos de esa homogenización del servicio. Desde hace unos días, las principales aerolíneas americanas cobran 25 dólares por la facturación de una segunda pieza de equipaje. Easyjet ha creado un programa de fidelización y permite, mediante el pago de una cantidad adicional, el embarque prioritario y la elección de asiento. Clickair permite acumular puntos de fidelización en la tarjeta Iberia Plus. Air France montará un asiento adicional en cada fila de sus nuevos B-777-ER, recortando la anchura disponible para codos y hombros… En definitiva, lo cierto es que, ante la escalada del precio del combustible, las aerolíneas están obligadas a buscar fuentes adicionales de ingresos. ¿Cómo se traduce, en la práctica, esta difuminación de fronteras? En lo que a mi respecta, lo tengo claro: cuánto más se acerquen las distancias, más volaré en las aerolíneas tradicionales, porque son, sin ninguna duda, las que ofrecen mejores soluciones en caso de retrasos y cancelaciones. Cuando no hay problemas, todo va bien. Pero cuando hay problemas, las low cost (y admito que esta generalización es peligrosa, porque no todas pueden medirse por el mismo rasero) dejan tirados a sus pasajeros. De la bien conocida chulería del inefable Michael O’Leary no cabe esperar ni la más mínima calidad de servicio.
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