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Tremebundo el reportaje que publica hoy La Vanguardia sobre los carteristas en Barcelona, con abundantes fotografías que muestran el modus operandi de estos delincuentes.

Según explica el artículo, con la llegada del buen tiempo y el incremento de los turistas se ha producido un incremento de la actividad de los carteristas, a pesar de que también se ha multiplicado la presencia policial.

El problema de la pequeña delincuencia se repite en multitud de ciudades turísticas europeas. No obstante, llama la atención que incluso en Facebook se haya creado el grupo "I know someone who got robbed in Barcelona" (conozco a alguien que sufrió un robo en Barcelona), que de momento cuenta con 530 seguidores.

Está claro que las medidas policiales por sí solas no van a acabar con este problema. Por ejemplo, se ha hablado de la necesidad de reformas en el Código Penal, para al menos evitar que los carteristas multireincidentes vuelvan a la calle con tanta facilidad como hasta ahora.

Pero Barcelona también debería reflexionar acerca del tipo de turismo que se está fomentando y sobre la imagen exterior que cada vez más tiene la ciudad vinculada al ocio nocturno, a las copas, a la juerga y a las despedidas de solteros/as alocados; todo ello genera víctimas fáciles que atraen a numerosos carteristas, tal como refleja el citado reportaje.

Una ciudad que se precia ser cuna de Gaudí, del Modernismo, que apuesta por el diseño y la gastronomía, que quiere potenciar el turismo cultural y de compras, etc, tendrá que decidir hacia dónde quiere ir. Porque llega un momento en que un tipo de turismo puede llegar a excluir a otro, que deserta del destino.