Estos días he estado paseando por algunos de los rincones de la ciudad, desde mi jardín. He paseado de la mano de Carlos Garrido. Cada día, a la hora de la siesta, hemos recorrido algún callejón. Sentada en mi jardín mientras buscaba alguna sombra, viajaba en el tiempo y en el espacio. Sin moverme.
Palma Íntima es una ventanita por la que me he asomado y he visualizado una Palma auténtica, una Palma color sepia de día y grunge de noche. Me ha invadido la nostalgia de un tiempo y un lugar que no llegué a presenciar pero que me es muy familiar. Aún quedan restos de esa Palma mágica. Queda aún un gran patrimonio histórico y algunos detalles que nunca hubiera imaginado y que nunca olvidaré.
He podido ver una Palma, aún, no afectada 100% por el boom turístico. Una Palma que aún no se había puesto a la venta. Era una ciudad de cafés de barrio, de largos paseos por el Borne y por La Rambla. La ciudad aún no había crecido tanto como ahora.
He echado una mirada al pasado presente y he visto a mis abuelos caminar por los callejones. Desde ahora, cuando camino por Palma me fijo en cosas que antes no me llamaban la atención. Miro los pomos de los portales, me fijo con las tapas del alcantarillado y miro el año en que se inauguró el café dónde me paro a descansar. También me fijo en si éste tiene wifi o no...
Me gusta pasear por los callejones de detrás del Gran Hotel hasta llegar a una de las pequeñas calles que más me agrada, la calle de Sant Jaume. No sé porqué me gusta tanto esa calle. Se trata de una callecita estrecha con pequeñas travesías, algunas, sin salida. Tiene un encanto especial porque, aunque sea un callejoncito, tiene luz y a la vez mucha profundidad. Me encanta. Si miramos arriba, se observan las fachadas de algunas casas a las que no me importaría entrar. Imagino que son antiguos palacetes reformados. No quiero ni pensar las vistas que debe haber desde allí arriba.
A veces, lo que ayuda a entender cómo es la gente es, simplemente, mirar a su alrededor, observar sus rutinas y su “día a día”. Ésto es lo que nos muestra este libro. Nos muestra visiones cotidianas fijándose no solo en la majestuosa Catedral sino también en los detalles más pequeños y más escondidos. Me ha costado elegir una foto que se adecuase a este post. Había demasiadas donde escoger. Quería encontrar una ventanita donde a través de ella se viera la ciudad ya que es así como se me ha presentado el libro. No he encontrado la foto. Así que me he inclinado por otra imagen más sencilla.
A menudo, nos complicamos la vida pensando cuál será el nuevo producto a ofrecer a nuestros turistas y no nos damos cuenta de que lo tenemos delante. Muchos buscan esa sensación de estar inmerso en el casco antiguo, vagando por las calles perdiendo la noción del tiempo. Este libro provoca esa sensación y anima a pasear sin rumbo, sin mapas. Sería bueno que los "turistólogos" lo tuvieran en su biblioteca para pulir las sensibilidades de algunos.
Podría seguir escribiendo y hablando sobe todos los capítulos del libro pero no terminaría nunca. Lo que sí puedo hacer es recomendarlo. A mi me lo regaló mi padre y acertó. Tal vez yo lo regale, algún día, a mi hijo que quizás, algún día, tendré.