Apenas cruzo el umbral de La Bersagliera, en N谩poles, veo que algo no marcha como es debido. Hay una ligera variaci贸n en c贸mo est谩n dispuestas las mesas, y Salvatore, el ma卯tre de toda la vida, no aparece por ninguna parte. Por otro lado, aunque me dan una buena mesa junto al mar, nadie pregunta si tengo reserva. Y para colmo, alguien le est谩 cantando O sole mio a una docena de japoneses que comen tallarines con pulpo. Al poco se confirman mis sospechas tenebrosas: la pasta est谩 mal cocida, los espaguetis v贸ngole -aqu铆 eran los mejores del mundo- no saben a almejas ni a nada, y a los postres una se帽ora rubia y locuaz viene a contarme que es la nueva due帽a del restaurante y que antes ten铆a uno en Capri. Y yo, tras escucharla cort茅smente, pedir la cuenta y dejar la propina adecuada, salgo de un restaurante al que vengo desde que tengo memoria, dispuesto a no volver en mi puta vida.
Juro por una botella de Tignanello que no se trata de comida. O no siempre. Hay sitios perfectamente infames a los que desde hace d茅cadas sigo fiel como un perro d贸berman. Y es que no s茅 a ustedes; pero lo que me ata a un restaurante, a un bar o a un hotel, es la gente que lo atiende: encargado, camareros, conserjes. Natural, supongo, en quienes nomadearon toda una vida con mochila al hombro o maleta nunca deshecha del todo, improvisando hogares donde, como dir铆a el capit谩n Alatriste, hubiera un clavo en la pared donde colgar la espada. O, dicho de otro modo, mesa adecuada para tener abierto un libro sobre el mantel. Lo agradable de los lugares donde uno recala depende, especialmente, de las personas que all铆 trabajan y le dan car谩cter. Como el hotel Col贸n de Sevilla -ahora Meli谩 Col贸n-, al que permanezco fiel pese a la infame decoraci贸n que transform贸 un elegante y cl谩sico lugar de toreros en algo parecido a un picadero gay perfumado de frambuesa. Y en lo que a restaurantes se refiere, lo acogedor puede incluir desde la humilde casa de comidas al m谩s sofisticado restaurante. Desde el Rinc贸n Murciano, por ejemplo, donde Andr茅s, el entra帽able due帽o, termina sent谩ndose a tu mesa aunque le hagas se帽as para que se largue porque intentas trajinarte a Sharon Stone, hasta Miguel, el ma卯tre del restaurante asi谩tico del Palace de Madrid, siempre tan impasible, eficaz y perfecto que no desentonar铆a en el Grand V茅four de Par铆s: espejo de ma卯tres que en el mundo han sido.
Tuve el privilegio de tratar a muchos de ellos en mi vida, desde que ech茅 a rodar jovencito: due帽os, encargados y camareros. De los buenos, que fueron numerosos, admir茅 en unos la calidez de trato y en otros la compostura; como aquel elegant铆simo ma卯tre que hace dos d茅cadas a煤n trabajaba en la plaza del Pante贸n de Roma, mientras yo sol铆a sentarme en la terraza de enfrente s贸lo por verlo actuar. O los eficientes ma卯tre y camarero del Miramar de Torrevieja, con cuya marcha empez贸 a morir el restaurante del que eran nervio y decoro. Obviando, naturalmente, a los est煤pidos, cursis, zafios, serviles o incompetentes que me hicieron descartar sitios, o alejarme de algunos que am茅.
En todo caso, soy afortunado: la relaci贸n que ocupa mi memoria es larga y grata. Incluye, entre otros, al personal del caf茅 Gij贸n, del Schotis y de la taberna del capit谩n Alatriste de Madrid, a Enrique Becerra o la gente de Las Teresas en Sevilla, y en especial a Teo y los siempre impecables muchachos de Lucio. Tambi茅n, la s贸lida calidez de quienes atienden el Belinghausen de M茅xico D.F., el Munich de la Recoleta de Buenos Aires o el Acqua Pazza de Venecia, a pocos pasos del puente de los Asesinos. Todos ellos, como muchos otros, supieron y saben conciliar el servicio a los clientes con la dignidad y la eficiencia. Con el orgullo de una vieja y sabia profesi贸n. Con la amistad y la confianza, cuando se dan, no re帽idas con el respeto y las maneras. Con un punto justo de hoy por ti, ma帽ana por m铆, donde hasta las propinas, el modo de darlas o recibirlas, tienen sus c贸digos. Sus reglas no escritas. Y as铆, algunos de esos hombres y mujeres figuran por m茅rito propio entre mis mejores recuerdos. Como la fr铆a y eficiente elegancia de G茅rard, que fue ma卯tre del Al Mounia de Madrid en los a帽os 70. Y Mustaf谩, jefe de camareros del Holiday Inn durante el asedio de Sarajevo. Y aquel imp谩vido ma卯tre croata del restaurante Terraza de Osijek, verano del 91, que nos estuvo atendiendo muy circunspecto a Hermann Tertsch, M谩rquez, Julio Alonso y otros reporteros mientras ca铆an cebollazos serbios en las casas cercanas, sin que le temblara el pulso; y cuando le dijimos: 芦Tres bombas m谩s y nos vamos禄, encogi贸 los hombros dando a entender que, por 茅l, como si esper谩bamos a que cayeran veinte. Pero aquella noche s贸lo esperamos tres. Las justas. Antes de salir corriendo.
El otro d铆a lo le铆, pues ha tenido bastante difusi贸n entre los miembros de la Federaci贸n Nacional de Profesionales de Sala.
No est谩 de m谩s que se reconozcan estas cosas...
;)
No esta nada mal que se recuerde que lo que hace grande a un establecimiento de hosteler铆a, no son las inversiones en ladrillos, marmoles y decoraci贸n, y no lo son tanto sus instalaciones por buenas y modernas que 茅stas sean, como lo son sus empleados.
Que pena, que tantos empresarios, y lo que es m谩s grave, algunos directores, que al fin y al cabo son empleados tambien, no sepan valorarlos.
Si. Todo lo que cita Perez Reverte (por cierto, uno de mis favoritos) son los detalles que configuran una actuaci贸n profesional que sigue subyugando al cliente y crea escuela. Se marca una senda que nunca deberia perderse......pero cada vez mas lejana y que no dignifica a un establecimiento o empresa. 隆Hay que luchar por recuperar trato y servicio!
A mi me ha encantado el art铆culo, demuestra uan vez m谩s, y desde la perspectiva del cliente, como las personas son las que hacen que un hotel, un restaurante o un bar sean lo que son, por encima de muchos otros factores.
La importancia capital de los recursos humanos en empresas de servicios.
Est谩 bien el reconocimiento que se hace de los empleados, a veces tan olvidados por los empresarios, quienes en muchos casos se centran en otras cosas.